lunes, 16 de abril de 2012

La filosofía contra la razón


El espíritu del pesimismo, el irracionalismo y la hostilidad a una concepción científica del mundo, que penetran en la ideología de la burguesía contemporánea, se ponen particularmente de relieve en el existencialismo, que es una de las doctrinas filosóficas más en boga dentro del mundo burgués. El fundador del existencialismo es el filósofo idealista alemán Heidegger, quien aprovechó la doctrina del místico danés Kierkegaard (primera mitad del siglo XIX). Entre los existencialistas más notorios se encuentran C. Jaspers, J. P. Sartre, G. Marcel y A. Camus.

El problema más general que los existencialistas plantean es el del sentido de la vida, del lugar del hombre en el mundo y de la elección por él del camino a seguir. El problema no es nuevo, mas actualmente ha adquirido singular valor para muchos, que se ven ante la necesidad de determinar su lugar en las complejas y contradictorias condiciones propias de la sociedad burguesa, de definirse frente a la lucha que en todo el mundo transcurre entre las fuerzas progresistas y reaccionarias. Los existencialistas, pues, ponen el dedo en uno de los problemas más candentes de nuestra época. Pero lo resuelven partiendo de una decadente concepción idealista; arrancan de la conciencia del individuo aislado, que se opone a la sociedad y escarba en sus vivencias. Este falso punto de partida predetermina el vicio de que adolece toda la doctrina existencialista.


Sus partidarios la presentan como una doctrina del ser en general, aunque de hecho reducen la filosofía al examen de la "existencia" del individuo. Si no tomamos en consideración las reflexiones de algunos existencialistas sobre el "más allá", lo único que en ellos presenta realidad es la existencia personal, la conciencia de que "yo existo". El mundo que nos rodea es presentado como algo misterioso e inasequible a la razón y al pensamiento lógico.
"El ser -ha escrito Sartre- carece de razón, de causalidad y de necesidad." Al igual que todos los idealistas subjetivos, los existencialistas niegan la realidad objetiva de la naturaleza, el espacio y el tiempo. El mundo, dice Heidegger, existe en cuanto hay existencia. "Si no hay existencia, tampoco hay mundo." Lo más importante para el hombre es su existencia. Y los existencialistas se entregan a fatigosas reflexiones acerca de que esa existencia tiene un fin y que la vida entera del hombre transcurre bajo el signo del miedo a la muerte. La misión de la filosofía, según ellos, consiste precisamente en despertar y mantener siempre ese miedo. Filosofar, dice C. Jaspers, significa aprender a morir.

Los existencialistas comprenden que el hombre será más fácilmente presa del miedo si se siente aislado y solo. Por ello tratan de hacerle creer que ha sido "arrojado" a un mundo extraño y hostil, que entre sus semejantes no mantiene una existencia "verdadera" y que la sociedad le priva de su individualidad. Para ello los filósofos de la "existencia" se valen del hecho indudable, que tan gravemente afecta a muchos, de que la sociedad capitalista oprime realmente al hombre y frena el desarrollo de su personalidad. Excitan el sentimiento de protesta contra la opresión del sistema capitalista que surge entre parte de los intelectuales y lo orientan por el falso camino de protesta contra la sociedad en general. Pues, según los existencialistas, si bien el hombre no puede vivir aislado de sus semejantes, aun cuando se encuentra entre ellos sigue en la soledad más completa, y sólo cuando se encierra en sí mismo se siente libre. Los existencialistas no admiten ni deberes impuestos al hombre por la colectividad social ni normas morales valederas para todos. No en vano el héroe ordinario de los existencialistas -en el teatro y en la novela- es el hombre sin convicciones firmes, y a menudo un sujeto simplemente amoral. Según esa filosofía, cualquier actividad humana o cualquier lucha son estériles, el mundo es el reino del absurdo y la historia toda carece de sentido. La filosofía idealista subjetiva del existencialismo es falsa, ante todo, porque reduce la realidad entera a la existencia del hombre y a sus impresiones y sentimientos. Y al mismo tiempo, adultera por completo la esencia propia del hombre.

El hombre recibe de la sociedad todo cuanto constituye su vida. ¿Qué es lo que lo ha elevado tan por encima del mundo de los animales? Su vida de trabajo en sociedad. En ésta desarrolla el hombre sus sentidos y su razón, su voluntad y su conciencia, en ella toma la vida sentido y adquiere un fin. Para quien vive una vida social plena, inspirada por ideas avanzadas, lo importante no es cuándo morirá, sino cómo va a transcurrir su vida en la sociedad, qué dejará a los hombres. Basta, sin embargo, separar artificialmente la persona de la sociedad para que ante nosotros aparezca un homúnculo asustado y tembloroso, que teme la muerte y no sabe qué hacer de su vida.

El existencialismo, sin quererlo, muestra hasta qué vacío espiritual y embrutecimiento moral conduce el individualismo burgués. La decadente "filosofía de la existencia" es profundamente reaccionaria. En última instancia, es expresión del miedo de la clase explotadora ante el inevitable naufragio del régimen capitalista y desmoraliza con su acción a quienes caen bajo su influencia, especialmente a los jóvenes. La prédica del miedo, de la desesperanza, del absurdo que supone la existencia, estimula las inclinaciones antisociales y justifica la conducta amoral y la falta de principios. Quien se deja arrastrar por el existencialismo, en determinadas condiciones puede ser presa fácil y juguete de las fuerzas reaccionarias, abandonando sus lamentaciones histéricas para convertirse en un pistolero fascista. En Alemania, el existencialismo, unido a otras doctrinas reaccionarias, preparó ideológicamente el terreno al fascismo. En Francia, los existencialistas centraron después de la guerra sus torpes ataques sobre el heroico Partido Comunista, combatiendo su disciplina y la solidaridad de clase del proletariado. Los marxistas franceses no tardaron en adivinar en el existencialismo a uno de los principales enemigos ideológicos. Su influencia entre los medios intelectuales franceses ha disminuido mucho después de la reñida lucha que contra él mantuvieron.


La supuesta "filosofía de la ciencia".

Otra corriente filosófica muy extendida en el mundo burgués es el neopositivismo o "positivismo lógico", al que sus adeptos presentan a bombo y platillo como "filosofía de la ciencia". A primera vista parece como si el neopositivismo fuese el polo opuesto de la irracionalista "filosofía de la existencia". Pero la realidad es que se trata de una doctrina idealista emparentada interiormente con el existencialismo. Es una filosofía que rebosa pesimismo y desconfianza hacia la capacidad cognoscitiva y la razón del hombre. Las bases del neopositivismo fueron sentadas por el inglés B. Russell y los austríacos L. Wittgenstein y M. Schlick. Actualmente sus figuras más notorias son R. Carnap en Estados Unidos y A. Ayer en Inglaterra. La aparición del neopositivismo vino dictada por la necesidad de renovar la filosofía idealista subjetiva del empiriocriticismo, acomodándola al estado actual de la física, las matemáticas y la lógica.

El neopositivismo -y esto es lo principal en él- separa de la filosofía los problemas esenciales de la concepción del mundo para convertirla en un "análisis lógico del lenguaje". Los neopositivistas afirman que tales cuestiones -comprendida la fundamental de toda la filosofía- no existen científicamente y que en este sentido son "seudoproblemas". Según ellos, la filosofía no puede proporcionar ningún conocimiento acerca del mundo exterior; su misión única es el análisis lógico del lenguaje científico, es decir, el análisis de las reglas de empleo de los conceptos y símbolos científicos, de la combinación de las palabras en la oración, de la obtención de unas proposiciones partiendo de otras, etc., así como del "análisis semántico" de los términos y conceptos científicos. A este propósito hemos de observar que, por importante que sea el análisis lógico del lenguaje de la ciencia, reducir la filosofía a esto significa de hecho acabar con ella.

Los neopositivistas tienen razón cuando afirman que la ciencia ha de partir de los datos experimentales, de los hechos. Mas, al igual que los empiriocriticistas, se niegan a admitir la realidad objetiva de los datos que la experiencia proporciona. Según ellos, por ejemplo, es absurdo preguntarnos si la rosa existe objetivamente; puede decirse únicamente que veo un color rojo de rosa y que percibo su aroma. Sólo esto, aseguran, puede ser objeto de una afirmación científica. Por lo tanto, los hechos no son para los neopositivistas cosas objetivas, acontecimientos y fenómenos del mundo objetivo, sino sensaciones, impresiones, percepciones y otros fenómenos de la conciencia. Contrariamente a sus manifestaciones de que es absurdo el problema de lo real y de su naturaleza, en la práctica niegan sólo la naturaleza material del mundo, al que de hecho atribuyen una naturaleza espiritual. ¿De qué se ocupa la ciencia? Esta, según sus afirmaciones, primeramente se limita a describir los "hechos", es decir, las sensaciones del hombre, pues es incapaz de conocer el mundo objetivo; el conocimiento experimental carece de valor objetivo. Opinan los neopositivistas que manifestaciones sobre los hechos, arbitrariamente seleccionadas, proporcionan material para una teoría científica que se construye con ayuda de la lógica y de las matemáticas. Estas, a diferencia de las ciencias empíricas, que se apoyan en la experiencia, descansan -al menos así lo dicen los neopositivistas- en un sistema de axiomas y reglas aceptadas de manera absolutamente arbitraria y que son fruto de un acuerdo convencional como lo son las reglas del ajedrez o de los naipes.

Tal como los neopositivistas afirman, los juicios que entren en dicha teoría han de ajustarse a las reglas aceptadas: eso es cuanto se necesita para considerar que un juicio es verdadero. Aplicando tal criterio a los problemas concretos, los neopositivistas llegan, por ejemplo, a la anticientífica conclusión de que es un convencionalismo puro la admisión de que es el Sol, y no la Tierra, el centro de nuestro sistema planetario. Se comprende que semejante interpretación de la teoría científica priva a la ciencia de todo valor como medio que nos proporciona conocimientos objetivos y convierte el conocimiento científico en algo semejante a un juego.

Cuesta trabajo creer que tales absurdos, que de hecho acaban con la ciencia, sean compartidos por grandes investigadores que han hecho importantes aportaciones en diversas ramas del saber. Y sin embargo, es así. La complejidad de los métodos empleados por la ciencia actual y de los fenómenos que estudia, las dificultades que se presentan a la hora de explicar algunos de ellos, hacen posible la aparición de vacilaciones idealistas entre los científicos. Y las condiciones propias de la sociedad burguesa ayudan a convertirlas en realidad. Así, de las geometrías no euclidianas (de Lobachevski, Riemann y otros), que reflejan las leyes objetivas del espacio en condiciones distintas a las que nos son habituales, se llega a la conclusión de que no hay una sola geometría verdadera y que sus principios fundamentales no pasan de ser acuerdos que aceptamos convencionalmente.

En la física, la interpretación idealista encuentra el campo abonado, principalmente, por el carácter matemático abstracto de sus teorías, por la imposibilidad de crear modelos de los microobjetos que se escapan a la observación directa. Los físicos contemporáneos no pueden ver los microobjetos sometidos a su estudio (el electrón, el protón, el mesón, etc.) ni siquiera con ayuda de los instrumentos ópticos más potentes; tampoco puede construir un modelo satisfactorio de las partículas elementales. Todo lo que el físico puede observar en sus experimentos son los datos de los aparatos de medición, las ráfagas de la pantalla, etc. La existencia de las micropartículas y el carácter de sus propiedades vienen deducidas de complejos razonamientos teóricos y cálculos matemáticos. Cuando el físico realiza su experimento, sin él saberlo, se comporta como materialista. Mas cuando empieza a meditar acerca de los problemas generales de la ciencia, si sus posiciones filosóficas no son firmes, puede llegar a la errónea conclusión de que la micropartícula, con todas sus propiedades, no existe en la realidad, sino sólo en teoría, que es una construcción o un símbolo "lógico" o "lingüístico" creado para concordar entre sí las indicaciones de los aparatos y estar en condiciones de predecirlas.

Así, uno de los físicos actuales de más renombre, W. Heisenberg, ha escrito que la partícula elemental de la física moderna "no es una formación material en el tiempo y en el espacio, sino un símbolo cuya adopción proporciona a las leyes de la naturaleza una forma particularmente sencilla."

En cuanto al físico teórico, que se ocupa especialmente del estudio teórico de los resultados de observaciones obtenidas por otros investigadores, el propio carácter de su trabajo, y también la constante sucesión de teorías científicas, cuando no conoce la dialéctica, pueden empujarle al erróneo pensamiento de que las hipótesis y teorías que él enuncia son arbitrarias, de que las proposiciones en que sus principios descansan poseen un carácter subjetivo. El astrónomo idealista Jeans dice, por ejemplo, que "el Universo objetivo y material se compone únicamente de las construcciones de nuestras propias mentes” En realidad, el hecho de que sea imposible crear un modelo visible de los microobjetos y de que éstos no se presten a la observación directa no desmiente en modo alguno su carácter material, puesto que existen fuera de la conciencia del hombre y con independencia de ella, y que esto es así lo demuestra todo el desarrollo de la ciencia y las aplicaciones técnicas de los datos científicos relativos al micromundo. Ahora, lo mismo que hace cincuenta años, cuando Lenin escribió Materialismo y empiriocriticismo, los filósofos idealistas se valen de las dificultades por las que la ciencia atraviesa, de las vacilaciones de los investigadores y de su indecisión a la hora de defender y comprobar el punto de vista materialista. Por eso, para combatir el idealismo hay que conocer la ciencia moderna y saber resolver los problemas guiándose por el materialismo dialéctico.

El positivismo moderno no se limita al campo de las ciencias de la naturaleza, sino que también abarca la comprensión de la vida social. Según afirman sus partidarios, la realidad social depende de lo que las gentes hablan de ella; las calamidades sociales obedecen a la incorrecta comprensión y al incorrecto empleo de las palabras. Por consiguiente, para cambiar la vida social es suficiente con cambiar el lenguaje, la comprensión que se tiene de las palabras. El positivista norteamericano S. Chase ha llegado al extremo de afirmar que carecen de sentido palabras como "capital", "desocupación", etc. Según Chase, si en el lenguaje no existiese una palabra tan "nociva" como "explotación", la explotación no existiría en la realidad.

Los neopositivistas eliminan de la esfera científica no sólo los juicios y valoraciones "metafísicos", sino también los morales o éticos. Tal como ellos afirman, cualquier juicio que contenga una valoración ética es subjetivo, es decir, que expresa únicamente la opinión personal de quien habla. Según esto, cuando, por ejemplo, se afirma que las guerras de conquista y agresión son injustas se emite una opinión subjetiva, y nada más, tan valedera como la del que afirme lo contrario. Vemos, pues, que la filosofía del neopositivismo, tan alejada al parecer de la política, viene muy a propósito cuando se trata de justificar una política reaccionaria. Al mismo tiempo, a quien no se conforma con renunciar a las normas morales de valor objetivo, le invita a buscarlas fuera de la ciencia, y sobre todo en las enseñanzas de la Iglesia.

Rebajando como lo hacen el papel de la ciencia, a la que acusan de no proporcionar un conocimiento objetivo verdadero del mundo, los neopositivistas allanan el camino a los teólogos y fideístas, es decir, a quienes defienden la fe religiosa. Esto no lo niegan ni los propios adeptos del neopositivismo. Así, el físico idealista P. Jordan afirma: "La concepción positivista ofrece nuevas posibilidades para que la religión adquiera espacio vital sin entrar en contradicción con el pensamiento científico."
Lenin indicaba: "El papel objetivo, de clase, del empiriocriticismo se reduce por completo a servir a los fideístas en la lucha que mantienen contra el materialismo..."Estas palabras se pueden aplicar también enteramente a los neopositivistas de nuestros dias.

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