jueves, 26 de enero de 2012

Enver Hoxha LOS TRAGICOS ACONTECIMIENTOS DE CHILE, ENSEÑANZA PARA LOS REVOLUCIONARIOS DE TODO EL MUNDO

 
Artículo publicado en «Zëri i popullit»
2 de octubre 1973
Extraído de: Obras Escogidas
Tomo IV
Casa editora «8 Nëntori»
Tirana 1979
Páginas: 890 a 606

La tormenta contrarrevolucionaria en Chile continúa azotando furiosamente a las masas
trabajadoras, a los patriotas y a los combatientes de ese país. Las fuerzas de derecha,
que llegaron al poder por medio del golpe de Estado del 11 de septiembre, están
imponiendo semejante terror que hasta los hitlerianos les envidiarían. La gente es
asesinada y masacrada en plena calle, en los centros de trabajo, en todas partes, sin
juicio y bajo cualquier pretexto. Incluso los estadios deportivos han sido transformados
en campos de concentración. Está siendo pisoteada la cultura progresista y son
quemados en las plazas, al estilo nazi, los libros marxistas. Los partidos democráticos,

los sindicatos y las organizaciones democráticas han sido declarados fuera de ley, y un
obscurantismo medieval envuelve a todo el país. Aparecen en la primera línea del
escenario político las fuerzas más tenebrosas, los ultrarreaccionarios fanáticos, los
agentes del imperialismo norteamericano. Las libertades democráticas, que el pueblo
había conquistado con su lucha y con su sangre, desaparecieron en un solo día.
Los acontecimientos de Chile afectan no sólo al pueblo chileno, sino a todas las fuerzas
revolucionarias, progresistas y amantes de la paz en el mundo, por ello, corresponde
extraer lecciones de ellos no sólo a los revolucionarios y a los trabajadores de Chile,
sino también a los de los demás países. Aquí, naturalmente, no se trata de analizar los
detalles y las circunstancias de simple carácter nacional, o bien los actos específicos de
la revolución chilena, las deficiencias y los errores que no rebasan su marco interno.
Nos referimos a aquellas leyes generales que ninguna revolución puede soslayar y que,
por el contrario, toda revolución está obligada a aplicar. Se trata de enfocar y de
apreciar a la luz de los acontecimientos chilenos los puntos de vista correctos y los
erróneos en la cuestión de la teoría y de la práctica de la revolución, de verificar cuáles
son tesis revolucionarias y cuáles oportunistas, de establecer cuáles son las posiciones y
actuaciones que contribuyen a la revolución y cuáles a la contrarrevolución.
Hay que decir en primer lugar que el período en que el gobierno de Allende permaneció
en el poder no es un período que pueda ser fácilmente borrado de la vida del pueblo
chileno, así como de toda la historia de América Latina. Constituyéndose en intérprete
de las reivindicaciones y los anhelos de las amplias masas populares, el gobierno de la
Unidad Popular emprendió una serie de medidas y puso en práctica una serie de  reformas, encaminadas a la consolidación de la libertad y de la independencia del país,
al desarrollo independiente de su economía.

El gobierno de Allende golpeó duramente tanto a la oligarquía nacional como a los
monopolios norteamericanos que tenían en sus manos todas las llaves y hacían la ley en
el país. El inspirador de esta línea progresista y antiimperialista fue el presidente
Salvador Allende, una de las figuras más nobles que América Latina ha dado al mundo,
eminente patriota y combatiente demócrata. Bajo su dirección el pueblo chileno luchó
por la realización de la reforma agraria, luchó por la nacionalización de las compañías
extranjeras, luchó por la democratización de la vida del país y por arrancar a Chile de la
influencia norteamericana. Allende apoyó enérgicamente los movimientos
antiimperialistas de liberación en América Latina y convirtió su país en refugio para
todos los combatientes por la libertad perseguidos por los reaccionarios y las juntas
militares de América del Sur. Respaldó sin reservas los movimientos de liberación y
antiimperialistas de los pueblos y se solidarizó consecuentemente con la lucha que
libran los pueblos vietnamita, camboyano, palestino y otros.
¿Podían los latifundistas chilenos perdonar a Allende esta línea y esta actividad, viendo
que su tierra era distribuida a los campesinos pobres? ¿Podían soportarle los fabricantes
de Santiago que habían sido expulsados de las fábricas al ser nacionalizadas? ¿O bien
las compañías norteamericanas, que perdieron su poderío? Era seguro, que estos se
confabularían un día para derrocarlo y restablecer sus privilegios perdidos. Pero aquí se
plantea una pregunta lógica: ¿Sentía Allende la atmósfera que le rodeaba, se daba
cuenta de los complots que se tramaban contra su gobierno? Por supuesto que sí. La
reacción actuaba abiertamente. Asesinaba a ministros, a funcionarios de los partidos
gubernamentales y a simples empleados. A instigación de la reacción y bajo su
dirección fueron organizadas las huelgas contrarrevolucionarias de los transportistas, de
los comerciantes, los médicos y otras capas pequeñoburguesas. La reacción finalmente,
incluso probó su fuerza con un golpe de Estado militar llevado a cabo en junio, pero que
no alcanzó su objetivo. Fueron descubiertos algunos planes de la CIA para derrocar el
gobierno legítimo.

Estas embestidas de la reacción interna y externa debían haber sido suficientes para
hacer sonar la alarma y para meditar bien las cosas. Deberían haber sido suficientes para
poner en práctica la gran ley de toda revolución, es decir oponer a la violencia
contrarrevolucionaria la violencia revolucionaria. Pero el presidente Allende no hizo
nada, ni siquiera se movió. Desde luego, él no puede ser acusado de carencia de ideales.
Amaba con toda su alma la causa por la que luchaba y estaba firmemente convencido de
su justeza. No le faltaba valor personal y estaba resuelto a llegar, como efectivamente
llegó, incluso, hasta el sacrificio supremo. Pero su tragedia radica en que confiaba en el
recurso a la razón para convencer a las fuerzas reaccionarias de que renunciaran a su
actividad y cedieran por las buenas sus antiguas posiciones y privilegios.

En Chile se pensaba que las más o menos viejas tradiciones democráticas, el
parlamento, la actividad legal de los partidos políticos, la existencia de una prensa libre,
etc. representaban un obstáculo insuperable para cualquier fuerza reaccionaria que
intentara adueñarse del poder por medio de la violencia. Pero la realidad confirmó lo
contrario. El golpe de Estado de las fuerzas de derecha probó que la burguesía tolera
algunas libertades en tanto que no resulten lesionados sus intereses esenciales, y que
cuando ve éstos amenazados, entonces no tiene en cuenta ética alguna.

Las fuerzas revolucionarias y progresistas de Chile han sufrido ahora una derrota, que,
aunque bastante grave, es también pasajera. Se puede derrocar un gobierno
constitucional, se puede asesinar a miles de personas y crear decenas de campos de
concentración. Pero el ansia de libertad, el espíritu rebelde de un pueblo no pueden ser
asesinados ni encarcelados. El pueblo resiste y eso demuestra que las masas
trabajadoras no se conforman con la derrota, que están resueltas a extraer enseñanzas de
ella y a continuar avanzando por el camino revolucionario. La lucha de liberación contra
la reacción y el imperialismo tiene sus zigzags y sus altibajos. No cabe duda de que el
pueblo chileno, que tantas pruebas de elevado patriotismo ha dado, que ha manifestado
tanto amor a la libertad y a la justicia, que tanto odia al imperialismo y la reacción,
sabrá movilizar sus fuerzas, luchar medida por medida contra sus enemigos y garantizar
la victoria definitiva.

Pero aquello que para los chilenos es una grave desgracia, aunque pasajera, para los
revisionistas modernos representa un fracaso en todos los aspectos, una nueva
bancarrota de sus teorías oportunistas. Comenzando por los revisionistas de Moscú y
hasta los revisionistas italianos, franceses y otros, la «experiencia chilena» era
presentada como el ejemplo concreto que confirmaba sus -nuevas teorías- sobre el
«camino pacífico de la revolución», el tránsito al socialismo bajo la dirección de
numerosos partidos, acerca del atemperamíento del imperialismo, de la extinción de la
lucha de clases en las condiciones de la coexistencia pacífica, etc. La prensa revisionista
especulaba sobremanera con el «camino chileno», para sostener las tesis oportunistas
del XX Congreso del PCUS y los programas reformistas y utópicos de tipo togliattista.
Los revisionistas esperaban de la «experiencia chilena» no sólo una confirmación de sus
«teorías» sobre el «camino parlamentario», sino también el modelo «clásico» de
construcción del socialismo bajo la dirección de una coalición de partidos marxistas y
burgueses. Esperaban que se confirmara la posibilidad de marchar al socialismo por
medio de las elecciones parlamentarias y sin revolución, de construir el socialismo no
sólo sin la destrucción del viejo aparato estatal de la burguesía, sino incluso con su
ayuda, no sólo sin la instauración del poder revolucionario popular, sino incluso
negando éste.

Las teorías de la «coexistencia pacífica» y del «tránsito pacífico parlamentario»
preconizadas en primer lugar por los revisionistas soviéticos, por los revisionistas
italianos, franceses y sus secuaces son en considerable medida responsables de la
difusión de ilusiones pacifistas y de posiciones oportunistas frente a la burguesía y del
alejamiento de la lucha revolucionaria.

En todos los documentos programáticos de los partidos revisionistas de Occidente,
publicados tras el XX Congreso del PCUS, se ha absolutizado el «camino
parlamentario» de transición del capitalismo al socialismo, mientras que el camino no
pacífico ha sido excluido definitivamente. En la práctica esto se ha traducido en la
renuncia definitiva de estos partidos a la lucha revolucionaria y en la sola reivindicación
de reformas ordinarias de carácter puramente económico o administrativo. Se han
transformado en partidos de la oposición burguesa y han presentado su candidatura
para hacerse cargo de la administración de los bienes de la burguesía, tal como hasta el
presente vienen haciendo los viejos partidos socialdemócratas.

El Partido Comunista de Chile, una de las principales fuerzas del gobierno de Allende,
era fervoroso partidario de las tesis jruschovistas sobre la «transición pacífica» tanto en
la teoría como en la práctica. Acatando el bastón de mando de Moscú, este partido
pretendía que la burguesía del país, así como el imperialismo, se han ablandado, se han
hecho tolerantes, razonables, que en las supuestamente nuevas condiciones de clase
creadas por el actual desarrollo mundial, ya no están en condiciones de recurrir a la
contrarrevolución.

Pero semejantes teorías, u otras similares, producen, como demostró una vez más el
presente caso de Chile, la indecisión y desorientación de las masas trabajadoras, el
decaimiento de su espíritu revolucionario, su desmovilización frente a las amenazas de
la burguesía; producen la paralización de su capacidad y sus posibilidades de acción
revolucionaria decisiva contra los planes y la actividad contrarrevolucionarios de la
burguesía.

Los revisionistas, como previeron los auténticos partidos marxistas-leninistas y como
confirmó el tiempo, estaban contra la revolución y aspiraban a transformar la Unión
Soviética, como de hecho la transformaron, en un país capitalista, de una base de la
revolución en una base de la contrarrevolución. Han trabajado durante largo tiempo para
sembrar confusión en las filas de los revolucionarios y para minar la revolución. Por
todas partes y en todo momento han actuado como apagafuegos de las batallas
revolucionarias y de los estallidos de las luchas de liberación nacional. Pese a que por
demagogia se pronuncian a favor de la revolución, con sus puntos de vista y su
actividad se esfuerzan por asfixiarla en embrión o por sabotearla cuando ya ha estallado.
El abandono del marxismo-leninismo, la renuncia a los intereses de clase del
proletariado y la traición a la causa de la liberación nacional de los pueblos condujeron
a los revisionistas a la completa negación de la revolución. La teoría y la práctica de la
revolución quedaron reducidas para ellos a unas cuantas reivindicaciones reformistas,
posibles de aplicar en el marco del régimen capitalista y sin dañar sus bases. Los
revisionistas pretenden demostrar que hoy ha desaparecido la línea de demarcación
entre la revolución y las reformas, que en las actuales condiciones del desarrollo
mundial ya no son necesarias las transformaciones revolucionarias, ya que, según ellos,
la actual revolución técnico-científica estaría eliminando las contradicciones sociales de
clase de la sociedad burguesa y representaría un medio de integración del capitalismo en
el socialismo y de creación de una «nueva sociedad», en la que se alcanzará el bienestar
general. Por tanto, según esta pervertida lógica, ya no se puede hablar de explotadores y
explotados, es decir, se hace innecesaria la revolución social, así como la destrucción de
la máquina del Estado burgués y la instauración de la dictadura del proletariado.
Tras la máscara del leninismo y de su desarrollo creador, los revisionistas aspiran a
dominar el mundo transformándose en socialimperialistas. Comenzaron con la
«coexistencia pacífica», con la «emulación pacífica», con el «mundo sin armas y sin
guerras», con el «camino parlamentario» jruschovistas, etc., para terminar en una Unión
Soviética donde ha sido restaurado el capitalismo y el socialismo ha degenerado en
socialimperialismo.

Así pues, estaban contra la revolución y la lucha de los pueblos por la liberación, contra
los partidos comunistas que se mantuvieron fieles al marxismo-leninismo y lo
defendían. Para alcanzar sus objetivos, especialmente la extinción de las luchas de liberación y de los movimientos revolucionarios, los revisionistas cimentaron su
«teoría» en el «camino pacífico». Revisando el marxismo en una cuestión fundamental,
como es la teoría sobre la revolución, y haciendo propaganda de sus tesis oportunistas,
pretendían convencer a los obreros de que renunciaran a la lucha revolucionaria de
clase, se sometieran a la burguesía y aceptasen la esclavitud capitalista.
Por otro lado, la «coexistencia pacífica» que los dirigentes soviéticos proclamaron como
línea fundamental de su política exterior y que pretendieron imponer a todo el
movimiento comunista y de liberación nacional mundial, representaba todo un plan
estratégico para llegar a un amplio acuerdo con el imperialismo, con el fin de sofocar
los movimientos revolucionarios y las luchas de liberación, intentando así conservar y
ampliar las zonas de influencia. Esta suerte de «coexistencia», que era también de la
completa conveniencia del imperialismo y la burguesía, los revisionistas querían
utilizarla, como efectivamente hicieron, como una gran diversión destinada a desarmar a
las masas ideológica y políticamente, a relajar su vigilancia revolucionaria y a des
movilizarlas, a dejarlas indefensas ante los futuros ataques de los imperialistas y los
socialimperialistas.

Los revisionistas soviéticos y los demás revisionistas que habían logrado usurpar el
poder, socavaron el partido, despojándolo de la teoría revolucionaria, echaron por tierra
y pisotearon todas las normas leninistas, abrieron el camino al liberalismo y a la
degeneración en el país. Difundiendo sus tesis antimarxistas de que el «capitalismo se
está integrando en el socialismo», que «también los partidos no proletarios pueden ser
portadores de los ideales del socialismo y dirigentes de la lucha por el socialismo», que
«también marchan hacia el socialismo países donde la burguesía nacional está en el
poder», los revisionistas pretendían no sólo negar la teoría sobre el partido de
vanguardia de la clase obrera, sino también dejar a esta última sin dirección ante los
ataques organizados de la burguesía y la reacción.

La historia ha demostrado y los acontecimientos de Chile -donde todavía no se trataba
de socialismo, sino de un régimen democrático-, pusieron nuevamente de manifiesto
que la instauración del socialismo a través del camino parlamentario es completamente
imposible. En primer lugar debe decirse que hasta hoy la burguesía nunca ha permitido
que los comunistas obtengan la mayoría en el parlamento y formen su propio gobierno.
Incluso en algún caso especial en que los comunistas y sus aliados han podido lograr un
equilibrio a su favor en el parlamento y participar en el gobierno, esto no ha conducido
a la transformación del carácter burgués ni del parlamento ni del gobierno, y la
actividad de aquéllos jamás ha llegado al punto de posibilitar la destrucción de la vieja
máquina estatal y la creación de otra nueva.

Mientras la burguesía tiene en sus manos el aparato burocrático-administrativo, el
obtener una «mayoría parlamentaria» que cambie los destinos del país, es no sólo
improbable, sino además imposible. Los instrumentos fundamentales de la máquina
estatal de la burguesía son el poder político y económico y las fuerzas armadas.
Mientras estas fuerzas se mantengan intactas, es decir mientras no sean suprimidas y
creadas en su lugar otras nuevas, mientras se conserve el viejo aparato de la policía, de
los servicios secretos de información, etc., no hay ninguna garantía de que un
parlamento o un gobierno democrático puedan tener larga vida. No sólo el caso de
Chile, sino tantos y tantos otros, han demostrado que son precisamente las fuerzas armadas comandadas por la burguesía quiénes han llevado a cabo los golpes de Estado
contrarrevolucionarios.

Los revisionistas jruschovistas han tergiversado deliberadamente y han creado una
enorme confusión en tomo a las tesis tan claras y precisas de Lenin sobre la
participación de los comunistas en el parlamento burgués y sobre la toma del poder de
las manos de la burguesía. Es sabido que Lenin no rechazaba la participación de los
comunistas, en determinados casos, en el parlamento burgués. Pero consideraba esta
participación únicamente como una tribuna para defender los intereses de la clase
obrera, para desenmascarar a la burguesía y su poder, para imponer a la burguesía la
adopción de alguna medida en favor de los trabajadores. Pero, al mismo tiempo, Lenin
advertía que, al luchar por la utilización del parlamento en interés de la clase obrera, hay
que precaverse contra la creación de ilusiones parlamentarias y contra la falsedad del
parlamentarismo burgués.

«El partido revolucionario del proletariado -decía Lenin- necesita participar en el
parlamentarismo burgués a fin de abrir los ojos a las masas por medio de las elecciones
y la lucha del partido en el parlamento. Pero limitar la lucha de clases a la lucha
parlamentaria, considerar ésta como la forma suprema y decisiva de lucha, a la que
deben supeditarse todas las demás, significa de hecho pasarse al campo de la burguesía
contra el proletariado.»1

Lenin, al criticar el «cretinismo parlamentario» de los representantes de la II
Internacional, que transformaron sus partidos en partidos electorales, ha demostrado
claramente a dónde conduce el parlamentarismo en lo ideológico, en lo político y en lo
práctico. Lenin subrayaba:

«Este (el Estado burgués) no puede sustituirse por el Estado proletario (por la dictadura
del proletariado) mediante la «extinción», sino sólo, como regla general, mediante la
revolución violenta»2
 
Puntualizaba que:
«la necesidad de educar sistemáticamente a las masas en ésta, precisamente en esta idea
de la revolución violenta, constituye la base de toda la doctrina de Marx y Engels»3
Aferrándose al «camino parlamentario», los revisionistas modernos no hacen sino
seguir ciegamente el camino, de Kautsky y de sus seguidores. Pero cuanto más avanzan
por este camino, tanto más se desenmascaran y tanto mayores son sus derrotas. Toda la
historia del movimiento comunista y obrero internacional ha demostrado que la
revolución violenta, la destrucción de la máquina estatal de la burguesía y el
establecimiento de la dictadura del proletariado constituyen la ley general de la
revolución proletaria.

«El desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo -señalaba Leninpasa
por la dictadura del proletariado, y sólo puede ser así, ya que no hay otra fuerza ni
otro camino para romper la resistencia de los explotadores capitalistas»4

En la etapa del imperialismo, tanto en sus inicios como en la actualidad, ha existido y
existe siempre el peligro de la instauración de la dictadura militar fascista cuantas veces
los monopolios capitalistas entiendan que sus intereses están amenazados. Además, es
un hecho probado, sobre todo a partir del final de la Segunda Guerra Mundial y hasta
hoy, que el imperialismo estadounidense, el inglés y otros han acudido en ayuda de las
burguesías de diversos países para eliminar aquellos gobiernos o para reprimir aquellas
fuerzas revolucionarias que, en una forma u otra, ponían en peligro aunque fuese
mínimamente los cimientos del sistema capitalista.

Dado que existe el imperialismo existe también la base, la posibilidad, su invariable
política de intervenir en los asuntos internos de los demás países, de tramar complots
contrarrevolucionarios, de derrocar los gobiernos legítimos, de liquidar a las fuerzas
democráticas y progresistas, de asfixiar la revolución.

Es el imperialismo norteamericano quien ha mantenido y mantiene en pie a los
regímenes fascistas en España y Portugal, quien incita el resurgimiento del fascismo
alemán y del militarismo japonés, quien apoya a los regímenes racistas de África del
Sur y de Rodesia y mantiene en su país la discriminación racial, quien ayuda a los
regímenes reaccionarios de Corea del Sur y a los fantoches de Saigón y de Pnom Penh,
en fin, quien instiga la agresión sionista y ayuda a Israel a mantener la ocupación de los
territorios árabes. En los Estados Unidos han tenido y tienen su origen todos los vientos
furiosos del anticomunismo, de la opresión nacional y de la explotación capitalista. En
los países de América Latina, con alguna rara excepción, el imperialismo
norteamericano ha instalado en el poder regímenes fascistas tiránicos, que oprimen y
explotan implacablemente a sus pueblos. Todas las armas que en este continente
disparan contra los manifestantes, asesinan a obreros y campesinos, no sólo son de
fabricación norteamericana, sino también suministradas por los norteamericanos.
El golpe militar fascista de Chile no es obra únicamente de la reacción interna, sino
también del imperialismo. A lo largo de tres años, sin descanso, durante todo el tiempo
en que el presidente Salvador Allende estuvo en el poder, las fuerzas chilenas de
derecha fueron instigadas, organizadas e impulsadas en su acción contrarrevolucionaria
por los Estados Unidos. La reacción chilena y los monopolios norteamericanos se
vengaron del presidente Allende por la política progresista y antiimperialista que
aplicaba. La actividad de zapa de los partidos de derecha y de todas las fuerzas
reaccionarias, sus actos de violencia y de terror estaban estrechamente combinados con
las presiones que los monopolios norteamericanos ejercían desde el exterior, con el
bloqueo económico y la guerra política que le hacía a Chile el gobierno norteamericano.
Detrás de la junta militar estaba la CIA, la misma mano criminal que tantos golpes de
Estado ha perpetrado en América Latina, en Indonesia, en Irán y en otros países. Los
acontecimientos de Chile dejaron al desnudo una vez más el verdadero rostro del
imperialismo norteamericano. Probaron nuevamente que éste ha sido y sigue siendo
enemigo rabioso de todos los pueblos, brutal enemigo de la justicia y del progreso, de
las luchas por la libertad y la independencia, de la revolución y del socialismo.
Pero la contrarrevolución en Chile no es solamente obra de las fuerzas reaccionarias
declaradas y de los imperialistas norteamericanos. El gobierno de Allende fue saboteado y combatido con la mayor dureza asimismo por los democratacristianos y las otras
corrientes de la burguesía, denominadas progresistas y democráticas, fuerzas similares a
aquéllas con las que los partidos comunistas de Italia y de Francia pretenden marchar
conjuntamente al socialismo mediante las reformas y la vía pacifica parlamentaria.
Sobre el partido de Frei en Chile no recae únicamente la «responsabilidad intelectual»,
como pretende alguno, por haberse negado a negociar y a colaborar con el gobierno de
Allende, o por haberle faltado la lealtad hacia el gobierno legítimo. Este partido es
responsable por haber saboteado por todos los medios la actividad normal del gobierno,
por haberse unido con las fuerzas de derecha para minar la economía nacionalizada y
provocar la confusión en el país, por haber cometido mil y un actos de subversión. Este
partido luchó por la creación de esa atmósfera política y espiritual que precede a la
contrarrevolución,
También los revisionistas soviéticos están implicados en los acontecimientos de Chile.
Miles de hilos unen a los dirigentes soviéticos con el imperialismo norteamericano
cuando se trata de intrigas y complots. Ellos no pensaron ni quisieron ayudar al
gobierno de Allende cuando estaba en el poder porque así se enfrentarían con el
imperialismo norteamericano y dañarían sus cordiales relaciones con él.
Estas posiciones de los revisionistas jruschovistas hacia Chile y la teoría de la
revolución no se han confirmado tan sólo en el caso de los acontecimientos chilenos; se
habían verificado también con anterioridad. Se confirmaron en los repetidos
acontecimientos trágicos de Irán, cuando la reacción interna asesinó y encarceló a
cientos y miles de comunistas y revolucionarios progresistas, en tanto que los
revisionistas soviéticos ¡no se tomaron siquiera la molestia de levantar un dedo y mucho
menos de romper las relaciones diplomáticas! Exactamente lo mismo se verificó en los
acontecimientos estremecedores de Indonesia, donde fueron asesinados y masacrados
alrededor de 500 000 comunistas y hombres progresistas. Tampoco en este caso
hicieron nada los revisionistas soviéticos, no emprendieron acción alguna y ni siquiera
pensaron en retirar su embajada de Yakarta5. Estas posiciones de los revisionistas
soviéticos no son casuales. Son testimonio de la existencia de una colaboración secreta
con los imperialistas norteamericanos para sabotear los movimientos revolucionarios y
para sofocar las luchas de liberación de los pueblos.

Esta actitud ilumina asimismo el carácter demagógico de la actual y ruidosa ruptura de
las relaciones diplomáticas con Chile.

Esta es la realidad. Sus palabras sobre la supuesta solidaridad con el pueblo chileno, así
como todas sus consignas demagógicas, son máscaras para engañar a la opinión pública
y para ocultar su traición a la revolución y a los movimientos de liberación de los
pueblos.

El gobierno soviético rompe sus relaciones diplomáticas con Chile tratando de
aprovechar la ocasión para hacerse pasar por defensor de las víctimas de la reacción, para aparentar que está del lado de los que luchan por la libertad y la independencia,
como si los revisionistas estuvieran a favor de la defensa de los regímenes progresistas.
Los revisionistas soviéticos ayudan a algún régimen progresista mientras esto redunde
en favor de sus intereses imperialistas. Pero no van más allá. Ni siquiera se avergüenzan
de mantener relaciones diplomáticas regulares con un régimen tan desacreditado y
fracasado como el de Lon Nol, levantando por otro lado una cortina de silencio ante la
gran lucha de liberación que libra el pueblo camboyano.

Los acontecimientos de Chile evidenciaron una vez más toda la tragedia que pesa sobre
los pueblos de América Latina. Asimismo pusieron de manifiesto nuevamente las
deficiencias, las faltas y las debilidades de la revolución en este continente, así como los
dificilísimos caminos, erizados de obstáculos, por los que transcurre. Pero estos
acontecimientos no constituyen una lección sólo para los revolucionarios de América
Latina. Deben extraer lecciones de ellos todos los revolucionarios del mundo, todos los
que luchan por la liberación nacional y social, contra la intervención y la violencia
imperialista, por la democracia y el progreso de la humanidad. Aquí están incluidos
también los, revolucionarios de la Unión Soviética, quienes deben levantarse contra los
cabecillas revisionistas de su país y echar abajo, junto al revisionismo, todas las teorías
oportunistas y antileninistas. También los revolucionarios de Italia, de Francia y de
otros países capitalistas desarrollados deben extraer enseñanzas de los acontecimientos
de Chile, deben combatir resueltamente al revisionismo y rechazar las teorías
reaccionarías de los «caminos pacíficos parlamentarios» que difunden los togliattistas y
los demás, revisionistas.

Estamos convencidos de que los acontecimientos de Chile, la embestida fascista de la
reacción contra las conquistas democráticas del pueblo chileno, la brutal intervención
del imperialismo yanqui y el respaldo que éste presta a la junta militar, constituirán un
acicate para que todos los pueblos del mundo se mantengan vigilantes, rechacen
decididamente las consignas demagógicas de los imperialistas y revisionistas y de los
oportunistas de todo pelaje y movilicen todas sus fuerzas para defender audazmente la
libertad y la independencia nacional, la paz y la seguridad.


N O T A S

1 V. I. Lenin. Obras, t. XXX, págs. 304-305, ed. en albanés.
2 V. 1. Lenin. Obras, t. XXV, pág. 473, ed. en albanés.
3 Ibídem.
 4 V. I. Lenin. Obras, t. XXV, pág. 548, ed. en albanés.
 5 Los revisionistas soviéticos expulsaron de la Unión Soviética al corresponsal del órgano del PCI
«Harjan Rakjat» y reservaron una buena acogida a la visita de Adam Malik, en esa época ministro de
Asuntos Exteriores del régimen fascista indonesio. Continuaron asimismo abasteciendo a Indonesia con
armas soviéticas.

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